“La Palabra de Dios es el alimento del alma; ella es su ornamento, ella su seguridad; así como no oírla, su hambre y corrupción” (San Juan Crisóstomo).
Con estas palabras de san Juan Crisóstomo queremos iniciar esta columna dedicada al Mes de la Biblia, una instancia en que la Iglesia nos invita a centrarnos más en la lectura y meditación de los libros sagrados, de volver a valorar su significado como texto sagrado. Ello se debe en parte a que el mismo mes, el 30 de septiembre, se conmemora a San Jerónimo, gran traductor y comentarista de la Biblia.

En esta ocasión quisiéramos concentrarnos en un aspecto práctico. Probablemente en muchos hogares todavía tenemos un ejemplar de la Biblia o incluso con el advenimiento de la tecnología, hemos descargado alguna aplicación que nos permita tenerla en nuestros móviles. Todo ello es bueno, pero la pregunta de fondo es esta: ¿leemos la Biblia? Si es sí, ¿todos los días?, si es no: ¿por qué? Resulta una paradoja que hoy, siglo XXI, es más fácil que nunca disponer de un ejemplar de las Sagradas Escrituras, así como comentarios y homilías en Youtube o Facebook que nos ayudan a profundizar en su comprensión. Sin embargo, resulta triste constatar, que hay un abismo enorme entre dicha facilidad y la ignorancia de nosotros los cristianos por su conocimiento, ¿analfabetismo bíblico?. Es tema frecuente en parroquias, grupos de oración y en ambientes familiares, escuchar comentarios tales como: “La Biblia es difícil de entender”, “prefiero escucharla solamente en la Misa, porque no soy bueno para leer”, “no me alcanza el tiempo para leerla”, “no tengo a nadie que me la explique”, etc.
Parte de este problema se debe a dos puntos que desarrollamos mas con el fin de revertir el problema antes que buscar un diagnóstico de sus diversas causas. Porque lo urgente es que leamos la Biblia. Y ello es urgente porque a través de ella Dios nos habla, y nos habla para nuestra salvación. Así, su valor trasciende el de cualquier libro.
1. No la tomamos en serio.
2. No le dedicamos tiempo.
En rigor, tanto el primero como el segundo punto son parte del mismo problema. Pero distingamos para profundizar. El primer punto se debe a que no consideramos a la Biblia como Palabra de Dios. Su valor, su contenido, lo situamos como un libro de importancia más por tradición que por lo que realmente contiene. ¿O acaso no hemos constatado cómo en muchos hogares las biblias están acumulando polvo en un lugar importante, pero nadie las toma para leer? Parte de este problema está en un exceso de erudición y mala prensa. La Biblia ha pasado a ser un texto propio de una élite, de sacerdotes y principalmente de teólogos que han dificultado su acercamiento antes que facilitarlo. Es la tendencia a requerir siempre de un “experto en Biblia”. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11, 25). La intención de todo el mensaje contenido de las Sagradas Escrituras está volcado en ser un mensaje para todos, no para algunos. Por cierto, se requiere una disposición para leerlo y meditarlo, pero ello no es una cuestión de expertos, es una actitud del corazón.
Además esto se complementa con una tendencia a racionalizar, a “historizar” todo aquello que sea de origen sobrenatural. Documentales supuestamente “serios” abundan en las redes, promoviendo “explicar” el sentido de la Biblia. Profundizar esto, escapa a los márgenes que tiene esta columna. Simplemente nos basta con decir aquí que la Biblia, entendida como Palabra de Dios, es un mensaje donde lo sagrado busca entrar en nuestros corazones. El misterio no como algo oscuro, sino la Palabra misma que busca alimentarnos, guiarnos por el camino seguro, para que no olvidemos que nuestra meta y fin no está acá. “¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche!” (Sal 1, 1-2).
El segundo punto tiene que ver cómo ordenamos nuestro tiempo. ¿Dónde encontramos nuestra zona de comodidad? No se trata de privarnos de un merecido descanso diario, sin duda que es parte de nuestra frágil condición humana. El punto es: ¿necesitamos solamente de estímulos mundanos para descansar? ¿no requerimos también un descanso del espíritu, un alimento de otra índole? La vida del espíritu, esa ansia que hay en lo más íntimo de nosotros y que muchas veces buscamos en lugares equivocados, de eso se trata. ¡Esta misma situación la constata san Juan Crisóstomo hace más de 15 siglos! “Al retirarnos de la reunión litúrgica, no debiéramos arrojarnos inmediatamente a cosas que no dicen con ella, sino tomar, apenas llegados a la casa, el Libro santo en nuestras manos y convidar a nuestras mujeres e hijos a tomar parte en el fruto de lo que nos ha dicho” (Homilía sobre el Evangelio según San Mateo).
Algunas sugerencias que pueden ayudar en sentido práctico a ordenar esta reflexión en nuestro acercamiento a la Palabra de Dios:
1. Disponer de las lecturas diarias y ordenarnos para al menos 1 vez al día leerlas. Partir con el Evangelio del día y poco a poco poder leer las otras lecturas (Antiguo Testamento, Epístola). Puede consultarse este sitio en el caso de la Iglesia en Chile.
2. Aprovechar el Mes de la Biblia para comprar un nuevo ejemplar de la Biblia o incluso regalar a un familiar o amigo. Muchas veces el adquirir un ejemplar físico, nos permite reconectarnos con su valor. Además nos permite “saborear” otras versiones de ediciones de Biblias (por ejemplo la Biblia de Jerusalén y la Biblia Latinoamericana), así como conocer las diferencias entre las ediciones de las biblias cristianas de otras comunidades no católicas (por ejemplo: Reina Valera). También es una oportunidad para acercarnos a algún sacerdote a que bendiga nuestra(s) Biblia(s) y profundizar en su valor sagrado (la Biblia no es un adorno), conectando el libro con el rito sacramental de una bendición.
3. Ganar un espacio en familia para escuchar y orar en torno a la Palabra de Dios, por ejemplo antes de comer. Se puede realizar los días Domingo, día por excelencia para el Señor y paulatinamente extenderlo a otros días durante la semana.
4. Crear entre amigos un grupo de lectura bíblica, sin otro propósito que escuchar su Palabra y orar antes o después para reforzar el sentido espiritual y también litúrgico que encierra. A veces la dinámica puede enriquecerse si compartimos nuestras ediciones de la Biblia y escuchamos cuál ha sido nuestra “historia” con dicho ejemplar., por ejempo: cuál evangelista me resulta más cercano, cuál más difícil de entender, qué libros no he podido leer aún, etc.

La Palabra de Dios es un mensaje que todos los días debemos saber escuchar y para ello requerimos una vez más recordarnos que está en nosotros dejarnos saciar por ese alimento espiritual que requerimos. Terminamos rogando a María Santísima a que interceda por nosotros para que sepamos acoger el mensaje de su Hijo y saberlo meditar en nuestros corazones, tal como ella lo hizo.
+ pax et bonum




















