MES DE LA BIBLIA: UN MOTIVO MÁS PARA CELEBRAR EN SEPTIEMBRE

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En este mes de septiembre pensamos inmediatamente en celebrar Fiestas Patrias, días donde tradicionalmente nos reencontramos como familia y amigos en torno a los festejos propios de esta fecha. Sin duda que ello es parte de nuestra identidad chilena, pero no debemos olvidar que este mes es también motivo para celebrar el Mes de la Biblia, donde la Iglesia nos invita a reencontrarnos con el libro más importante de todos: La Palabra de Dios.

No debemos tener grandes conocimiento históricos para comprender cómo el cristianismo es una de las columnas que definen nuestra identidad como chilenos. Muchos templos, estatuas, nombres de calles aluden a la tradición cristiana aludiendo a hombres y mujeres, así como a eventos que han pasado a ser parte de nuestro legado. Con todo, resulta así idóneo disponernos en estos días de festejo dedicar más tiempo del habitual para acercarnos al texto sagrado.

El pasaje de la Anunciación ejemplifica el modelo perfecto de “Sí” a Dios que debe animarnos a recibir con humildad a Dios a través de su Palabra.

Es cierto que muchas veces las preocupaciones diarias y un cierto temor a no entender nos alejan de leer la Biblia. En parte, ello puede ser porque caemos en la tentación de considerar la Biblia como un texto que es propio de la erudición de algunos, debido a su oficio y vocación, por ejemplo: sacerdotes y teólogos. Pero nada más lejos de la verdad. En primer lugar, la Biblia es el medio con el cual el mismo Dios nos habla, es decir, es un mensaje cuya intención está dado para nuestro propio beneficio y no para algunos. Se trata de alimento espiritual que no puede ser suplido con ningún elemento material y mundano. Así como en una dieta requerimos variedad, el hombre requiere una sana y adecuada complementariedad entre materia y espíritu. En segundo lugar, la Biblia nos permite orientar nuestra vida, permitiéndonos perseverar en nuestra cotidianidad. No hay ningún problema, por difícil que sea, que no tenga una respuesta en las Sagradas Escrituras. Antes de pensar en consultar un “experto” o dejarnos llevar por alguna moda, la Biblia es criterio seguro para encontrar consejo en nuestra existencia. ¿Por qué? Porque es el mismo Dios quien nos habla. En este sentido la Biblia no es un texto que se diluye en una serie de relatos antiguos, con un valor puramente histórico o a lo sumo metafórico. Tampoco es un texto que busca presentarnos un Dios castigador y déspota, sino invitarnos a la riqueza de su amor misericordioso y la profunda reverencia que le debemos a Él. Pensemos, por ejemplo en salmo 85: “Has perdonado la iniquidad de tu pueblo y has ocultado todos sus pecados”. Así, su riqueza reside precisamente en que al escuchar a Dios a través de sus textos, nuestra vida encuentra un faro seguro para transitar en el sinuoso mar del mundo. Por eso, debemos escuchar y meditar en nuestros corazones las mismas palabras que Dios dirigió a María a través del ángel Gabriel: “no temas” (San Lucas 1, 30). El Señor quiere que lo escuchemos.

Leer la palabra de Dios es mucho más que estudiarla como mero texto de erudición, es aprender a conocer a quien nos amó primero. Oración y meditación son elementos claves para considerar al acernos al texto sagrado.

Por tanto, tomarnos más en serio la Biblia no dice relación con un esfuerzo puramente erudito, sino en disponer nuestro corazón a querer estar más tiempo con Dios. Así como solemos dedicar tiempo a recibir a un amigo, lo mismo debemos realizar con la Palabra de Dios. “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (San Juan 15, 15). El estudio no es lo mismo que la erudición. La erudición en exceso nos puede llevar fácilmente a la soberbia, a la pedantería y a la vanidad. El estudio, por el contrario, dice relación con la humildad, el dejarnos conducir por quien nos habla. Pensemos que el mismo Jesús, en todo el Nuevo Testamento no se cansó nunca de anunciar la Buena Nueva en un lenguaje sencillo y a la vez profundo, porque sabía que por nuestras propias fuerzas nos resultaría imposible comprender la realidad divina, que es Él mismo. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a ingenuos” (San Lucas 10, 21).

Dispongámonos a realizar este acercamiento a la Palabra de Dios, no desde la obligación basada en el miedo, sino desde el anhelo por conocer más a quien decimos que amamos. En efecto, leer, meditar y orar con la Biblia es querer conocer más a Dios. A modo de conclusión, las palabras certeras de un gran conocedor como san Jerónimo sirva de inspiración en estos días:

San Jerónimo (ca. 340 – 420) fue un gran conocedor y amante de la Palabra de Dios. Fue el primero en traducir el conjunto de los textos al latín en la versión conocida como “Vulgata”.

Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” (Sobre el libro del profeta Isaías) .

Terminamos esta reflexión pidiendo la intercesión de San Jerónimo, gran estudioso de la Palabra de Dios, para que seamos solícitos a dedicar más tiempo a leer la Biblia.

+ pax et bonum

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