Hoy dedicaremos esta entrada a reflexionar en torno a la liturgia, concretamente sobre la Misa. El marco para realizarlo no está en un deseo personal, sino en que el día 29 de junio se cumple un año desde la publicación de la Carta Apostólica Desiderio desideravi (DD) del Papa Francisco. Un año es un tiempo oportuno para valorar qué tanto hemos asimilado un mensaje, ya que volvemos a completar un ciclo. Ciclo que no es en el caso de la Iglesia circular, pues nuestras misma vidas como parte de ella, no lo son. Esto lo evidenciamos en el cambio que va ocurriendo a diario en nuestras vidas. ¿Acaso una celebración de Pascua es exactamente la misma a cuando eramos adolescentes que cuándo adultos? La vida de fe no es nunca una fotografía, no es algo estático, sino dinámico, vivo. “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

El tema principal de este documento es algo que no puede dejarnos indiferentes en nuestra vida de fe como cristianos: la liturgia. Pero el Sumo Pontífice no ha querido que entendamos con ello un análisis puramente doctrinal de lo que debemos entender por liturgia. Quizás muchos de nosotros hemos dejado pasar la oportunidad de acercarnos a leerlo, ya que simplemente nos hemos acostumbrado a no leer ningún documento pontificio (encíclica, carta, mensaje, etc.), por falta de tiempo, interés, acompañamiento, entre otras razones posibles. Esta inercia erosiona silenciosamente nuestra vida de fe, pues fomenta a la larga un desconocimiento del movimiento de la Iglesia, como el cuerpo de Cristo, realidad de la cual somos nosotros también partícipes como bautizados, independiente de con qué frecuencia participamos en la Misa.
El subtítulo de la carta nos da una posible pista de su temática: “Sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios”. Pero dicho subtítulo podría habernos hecho creer durante todo este tiempo que mensaje no pasa de ser un tema teórico, sobre formación conceptual, respecto a temas difíciles y de poco interés en mi vida particular, como algo propio de sacerdotes y teólogos expertos. Efectivamente, suele ser común ver un desinterés, o una falta de constancia en los fieles por una formación básica en temas de doctrina cristiana. Pero el mensaje del Papa no tiene aquí como propósito final eso, aunque una buena formación lo suponga. De lo que se trata aquí es de aquello que da sentido a nuestra participación en la Misa de cada domingo y por extensión de todas aquellas que participamos en otros días de la semana.
El Papa es consciente, como lo estuvo Benedicto XVI en su momento, que un gran problema de los fieles es la falta comprensión de lo que acontece en la celebración litúrgica. El automatismo al participar en cada celebración, sumado a un excesivo rigor individual de cada uno de nosotros nos ha llevado a que nuestras participaciones sean más rituales que celebrativas, más centradas en mis vivencias que en la realidad de aquello que acontece en la Misa. En otras palabras, hemos perdido la capacidad de dejar entrar en nuestros corazones a Cristo mismo. El Papa Francisco identifica la raíz de esta situación en lo que él denomina “mundanidad espiritual” y que tiene dos causas. “El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo ‘en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos’. El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a ‘un elitismo narcicista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan energías en controlar” (DD nr. 17).
En términos sencillos, el peligro de una “mundanidad espiritual” es que transformamos la Misa a nuestra medida, cuando en rigor debiera ser al revés, nuestros corazones deben abrirse a la gracia de Jesucristo, para que seamos transformados por Él cuando participamos en Misa.
Proponemos a modo de ayuda y orientación destacar algunos puntos para animar a una reflexión sobre este importante tema y animar a una lectura atenta del documento para así acercarnos con humildad y alegría a la vida litúrgica, que es el sentido de esta carta apostólica:
1. “Antes de nuestra respuesta a su invitación -mucho antes- está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros” (DD, nr. 6). Es el título que anima toda esta carta. La Pascua del Señor celebrada en la Última Cena es un acontecimiento deseado por Él mismo. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Es este ardiente deseo que nace de la voluntad misma de Jesús la verdadera fuerza que hay tras cada eucaristía, el Amor mismo que se dona totalmente por nuestra salvación.
2. “La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es” (DD, nr. 10). Este punto viene a indicarnos que la fe en nuestro encuentro dominical con el Señor en Misa -y por extensión en toda eucaristía- no es un recuerdo de las proezas y hazañas de Jesús, tampoco es un encuentro con su recuerdo a través de una serie de preceptos y rúbricas. Es todo Él que nos espera para que en la acción litúrgica nos dejemos conformar, transformando nuestra vida entera. Si no fuera un encuentro vivo con Él, participar en Misa sería un evento dentro de un horizonte puramente cultural y humano. Ni siquiera es la visita a un ser querido lo que nos permite comprender este punto, sino más bien al revés, el dejarnos sorprender cuando un ser querido nos visita. Es dejarnos sorprender por la alegría misma que Él quiere estar con nosotros y Él quiere que seamos uno con Él. Precisamente, es en la liturgia donde aquello se nos garantiza que sea posible.
3. “La Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz” (DD, nr. 42). Con ello el Santo Padre nos invita a recordar que la liturgia es una acción que celebramos en el mundo, aquí, en nuestra realidad concreta y desde ella a través de las mismas cosas que Dios ha dispuesto nos transforma. Los elementos que indica, tan conocidos por todos nosotros, están ahí como parte de la celebración, pero nos hablan para que veamos su significado espiritual. Es una invitación a revalorar el poder simbólico que nos habla al interior de la celebración. Por eso es importante la formación, para aprender a leer esos signos y no ser partícipes analfabetos. Todo ello es lo que se denomina en liturgia el arte de la celebración, ars celebrandi. Así, la creación entera, converge y se dispone a este acontecimiento maravilloso. Con gran belleza lo expresa el Papa Francisco, como un ejemplo para ilustrarlo, respecto al sacramento del bautismo,: “La plegaria de bendición del agua bautismal nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo” (DD, nr. 13).
4. “Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde” (DD, nr. 57). La participación en la Misa es comunitaria, no es un acto personal e individual. No ha de haber protagonismos, sino un encuentro con Dios que nos transforma, aún cuando deben haber momentos en la Misa que han de celebrarse a través de personas y acciones concretas (cantos, lecturas, sermón, plegaria, consagración, etc.). Ni siquiera el sacerdote queda exento en este punto, pues su presidencia en la celebración es en nombre de Cristo, no en nombre propio. En este sentido los fieles y el sacerdote forman una unidad -cuerpo- en conformidad con el actuar mismo de Jesucristo -cabeza-.
Con estos cuatro puntos, podemos inferir que esta carta apostólica es una invitación, se trata de acercanos a la Misa y toda la vida litúrgica que de ella dimana, comprendiéndola y sobre todo, viviéndola. Pero también, como en toda invitación, es quien celebra el que da el sentido a nuestra participación y nuestro sí, no es otra cosa que un agradecer lo que nosotros mismos no podemos hacer. “El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto)” (DD, Nr. 65).
Que San Pedro y San Pablo, a quienes conmemoramos hoy, sigan intercediendo por nosotros, Pueblo de Dios que peregrina aquí en el mundo, para que seamos dignos hijos agradecidos del regalo de la liturgia, presencia real del actuar de Jesucristo en el mundo.
+ pax et bonum