Antes de finalizar este mes de agosto, dedicaremos la entrada de hoy para reflexionar sobre algunos aspectos del pensamiento y obra de san Alberto Hurtado. Como es costumbre hace varios años, este mes la Iglesia en Chile pone especial énfasis en la solidaridad. Sin duda, la fecha de su muerte un 18 de agosto de 1952 nos inspira a que su figura sea un acicate durante este mes a pensar y actuar por los más necesitados. Pero la imagen de su camioneta verde y su Hogar de Cristo aunque todavía presentes en nuestra memoria, son insuficientes para comprender toda la riqueza que hay tras su infatigable actuar por los marginados de nuestra sociedad y, también, por nuestro país, porque sin lugar a dudas, san Alberto Hurtado fue un gran santo chileno, pero también un gran patriota, amante de nuestro país.
Uno de los aspectos sobre el que quisiéramos detenernos es su agudo y acertado diagnóstico al Chile de mediados del siglo XX. Una época que nos puede resultar lejana en el tiempo e incluso sin mayor importancia para comprendernos a nosotros mismos, chilenos en pleno siglo XXI, ciudadanos ajenos a los problemas de un país del siglo pasado. Dejemos que las propias palabras del propio san Alberto hablen por sí mismas. “Vivimos en una época en que la técnica, la industrialización, el ambiente positivo dan cada día pasos de gigante y van llevando al hombre a preocuparse con exceso de lo material, a luchar por una vida que se hace cada día más dura y a procurarse nuevos medios de confort que ha inventado la civilización moderna. La complejidad de esta vida de ahora, la fiebre de acción a que somete al hombre, las diversiones paganas tan generalizadas y abaratadas son enemigos poderosos de una vida espiritual seria que requiere concentración, oración pobreza de espíritu, abnegación”. Esta palabras fueron escritas por san Alberto Hurtado en su clásico texto “¿Es Chile un país católico?”. Concretamente se trata del prólogo a la segunda edición que él mismo no alcanzó a ver publicada en vida y que recogió las diversas críticas de las que fue objeto en su primera edición. En primer lugar, llama la atención que el texto fue compuesto en 1942. ¿Cuánto ha cambiado realmente nuestro país desde entonces? 81 años y, guste o no, hemos acelerado peligrosamente el diagnóstico de san Alberto. Vivimos, qué duda cabe, en una sociedad que ha buscado frenéticamente lo que nuestro santo nos advirtió que no debíamos realizar. En segundo lugar, llama poderosamente la atención cómo ya en 1942 fue posible para san Alberto constatar la técnica e industria como factores claves en un problemático desarrollo que nos tiene en una peligrosa encrucijada. Este pensamiento podemos identificarlo en otros textos de él, con otros énfasis. Se trata de cómo la vida moderna nos seduce a perder el norte, el sentido mismo de la vida, o mejor aún, olvidarnos de la Vida misma, Jesucristo. Por ejemplo, en una meditación de Semana Santa, titulada “Visión de eternidad”, de 1946, retornando de un viaje a Estados Unidos: “La concepción del hombre progresista que domina la materia: limpio, higiénico, bien hecho por el deporte, alimentación sana, ropa limpia, música, auto, ¡y bonitos autos! Quizás para algunos, viajes alrededor del mundo, su casa cómoda, una mujer mientras se entienda con ella, sin prejuicios… Eliminar las enfermedades y a los setenta años morirse. ¿Qué más?”. ¿Hay algo más después de todos estos afanes?, como un eco del Evangelio: “Pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena?” (Lc 9, 25).
De aquí que podamos con razón preguntarnos: ¿Somos hoy un país más feliz que la época de nuestro santo? ¿hemos significativamente mejorado espiritualmente como país respecto a esos años? A modo de ejemplo, una interesante muestra estadística realizada por Ipsos y publicada en un medio nacional este año, indica que el 59% de los chilenos se declara cristianos. De este total, el estudio logra indicar un cambio generacional respecto a su confesión de fe. Así, 51% de los boomers profesa la religión católica, 48% en el caso de la generación X, 36% en la generación millenials y un 31% para los llamados centennials.
Si bien el estudio es una muestra numérica, nos permite reflexionar sobre el camino espiritual que sigue nuestro país, un descenso que aumenta progresivamente en los más jóvenes. Es como si la comodidad y bienestar material tan anhelados y promovidos por generación tras generación sean inversamente proporcional al despertar espiritual de las personas. En aquellos años, el santo chileno nos animaba con singular entusiasmo a revertir ese peligroso camino de la comodidad adornado con la atractiva palabra “progreso”. En el mismo texto afirma: “Estamos en Chile en el momento del reajuste: sería absurdo pensar que el porvenir está perdido para la Iglesia, porque vemos estos síntomas de descomposición. La reacción ha de venir; está viniendo. Para acelerarla es necesario mirar más que a los méritos acumulados a lo mucho que aún queda por hacer”. Efectivamente, aún queda mucho por hacer, pero también es importante reconocer que hemos perdido tiempo valioso. También es cierto lo que señala san Alberto respecto a cómo el porvenir no está perdido para la Iglesia, pues su cabeza es Jesucristo mismo, Él, que es la misma Verdad. Debemos pedir a Dios mismo que nos anime a perseverar imitando una vida santa como la de san Alberto Hurtado, a leernos desde su mirada atenta por nuestra realidad chilena y cristiana.
Dejémonos cautivar una vez más por el pensamiento de san Alberto Hurtado, para que seamos auténticos cristianos amantes de nuestro país, de modo que nuestro actuar transforme de manera silenciosa y efectiva a nuestro prójimo, tal cual él lo hizo con innumerables niños y ancianos de la calle. A tan solo semanas de celebrar un nuevo 18 de septiembre, sería importante volver a tener presente su legado. San Alberto Hurtado, ruega por nosotros y por nuestra patria.
+ pax et bonum