Hoy dedicaremos nuestra entrada a reflexionar sobre el singular cruce entre vida rural y literatura. Aunque el archipiélago de Chiloé sigue permitiéndonos disfrutar de un privilegiado entorno natural, lo cierto es que de manera constante se dejan ver también aquí paulatinamente los peligros de una urbanización excesiva. Extensos parajes que otrora fueran espacios vírgenes de bosque, o sectores con pequeños caseríos, han sido reemplazados por sectores densamente poblados. Ante esta situación, la paradoja suele resolverse como es costumbre desde los extremos, los cuales tienden a identificarse, por una parte, con un ecologismo con tintes de tradicionalismo cultural, y, por otra parte, el progresismo, con los innumerables beneficios materiales que promete para una vida más cómoda. Ambos extremos algo de razón tienen. Sin embargo, una tercera vía puede bosquejarse entre ambos, la cual no tiene su origen ni en un puro afán de comodidad material donde estamos al servicio del consumo, ni tampoco en el quietismo de una naturaleza intocable, donde somos observadores pasivos. Se trata del hombre mismo, quien ha perdido el rumbo y sentido de por qué, qué, cómo y para qué habitar un lugar.
Esta tercera vía no nace de una concepción política, podríamos decir que nace del sentido común, de pensarnos por lo que somos. Para ello la reflexión y el arte, pueden ser muy buenos amigos para aprender a transitar por este camino que pareciera ser completamente nuevo, pero en rigor es el mismo de siempre, pero que hemos ido olvidando. Con el fin de explicar con un ejemplo concreto, recurriremos en esta ocasión al poeta, ensayista y agricultor norteamericano Wendell Berry. Su vida misma, aunque lejana geográficamente y culturalmente de estas latitudes, es un sensato ejemplo para imitar en este archipiélago. Reproducimos a continuación un extracto de un ensayo suyo titulado Una colina nativa del año 1968 y que hemos traducido de su original:
“La diferencia entre un sendero y un camino no es solamente la más obvia. Un camino es un poco más que un hábito que llega con el conocimiento de un lugar. Es una especie de ritual de familiaridad. Como tal, es una forma de contacto con un paisaje conocido. No es destructivo. Es la adaptación perfecta, a través de la experiencia y familiaridad, del movimiento a un lugar. Obedece al contorno natural, bordeando los obstáculos que encuentre. Un camino, por el contrario, incluso el camino más primitivo, forma un resistencia contra el paisaje. La razón de ello no está simplemente en la necesidad de movimiento, sino en su apuro. Su deseo es evitar el contacto con el paisaje, busca cuanto antes evitar el campo antes que atravesarlo. Su aspiración, como constatamos claramente en el ejemplo de nuestras modernas carreteras, es el ser un puente, su tendencia es traducir el lugar en espacio, en orden a poder atravesarlo con el menor esfuerzo posible. Es destructivo, buscando remover o destruir todos los obstáculos a su paso. El camino primitivo avanzó mediante la destrucción del bosque, la carretera moderna avanza mediante la destrucción de la topografía”.
Si reflexionamos con atención y disposición, podemos reconocer elementos propios de nuestro paisaje chilote y también de otras zonas rurales de Chile y el mundo que han adolecido del mismo problema. Wendell Berry logra con su reflexión tocar algo universal que no nos puede dejar indiferentes, si no hemos olvidamos quiénes somos. Oscilamos entre la destrucción del bosque y la destrucción de la topografía. Valoremos, por tanto, sus palabras, apreciando y dando gracias a Dios cuando en nuestro próximo paseo podamos disfrutar solos o en compañía al transitar por un sendero que nos aleje del ruido cotidiano y nos envuelva con su entorno natural, pero también con su sentido histórico, y particularmente, biográfico que hay tras ese recorrido. Después de todo, cada persona que transita deja una huella al reforzar el trazado, como un testimonio de ese tránsito. Así, la naturaleza es el espacio dispuesto para habitarlo, contrario a una postura ecologista. El hombre ha de relacionarse con su entorno, vivirlo, produciendo que el mismo sendero se integre con el paisaje. Pero también un pequeño sendero nos ofrece algo que ningún bien ni servicio posee: el tiempo para encontrarnos. Algo que día a día ha erosionado las vidas en las grandes ciudades.
Roguemos a Jesucristo, que nos siga guiando por el sendero humilde que lleva a la vida auténtica y nos mantenga siempre cautos ante las avenidas de lo puramente mundano.
+ pax et bonum