La entrada de hoy la dedicaremos a otro tema de familia: jugar. El juego ha estado presente en los seres humanos desde tiempos inmemoriales y es transversal a todas las grandes religiones, culturas, condiciones sociales y épocas. En dicha diversidad la historia nos sorprende con la variedad de expresiones lúdicas y a su vez de una cierta constante, esto es, el deseo inherente a toda persona por buscar en diversos contextos el juego como un modo de expresarnos y comunicarnos. Es nuestro interés concentrarnos principalmente en este segundo aspecto como una forma auténtica de reunirnos en nuestro entorno familiar.
Hoy, con escaso tiempo para compartir, el entretenimiento tiende a ser cada vez más individual e instantáneo. Los medios digitales han cambiado en gran medida nuestra forma de entretenernos, principalmente a través de juegos con gráficas y sonidos nunca antes vistos. La industria no ha quedado indiferente ante este fenómeno, pues con el paso de los años vemos cómo los celulares y sobre todo las consolas de videojuegos son cada vez más demandadas por niños, adolescentes y también adultos. Pero detrás de este enorme avance tecnológico, sin duda sorprendente, es posible ver con mayor claridad cómo estos medios de entretención tienden a dividir antes que a reunir. Muchas veces los padres, abuelos y tíos con esfuerzo regalan costosas consolas de videojuegos. Tras un momento de euforia, el festejado termina desapareciendo, inmerso en una realidad paralela de sonidos e imágenes difíciles de comprender para los más viejos.
Con ello podríamos sentirnos inclinados a pensar que las consolas de videojuegos y los smartphones son dispositivos demoníacos. Pensar ello sería negar el propio presente que vivimos. La tecnología es una manifestación propia de nuestra época. El desafío está en saber cómo utilizarla, como encauzarla hacia un uso más humano. Pero tampoco se trata de considerar los videojuegos y el mundo digital en general como la única forma de entretención posible. En este sentido, ellos son parte de un mundo más amplio, el mundo lúdico. Es bueno detenernos un momento aquí, pues con esta idea propuesta por la industria que todo ha de ser renovado por algo mejor, solemos concebir la misma entretención como un proceso siempre en dirección hacia lo mejor. ¿Por qué una consola de videojuego nos ha de dar mayor entretención que un juego de cartas? Si nuestro criterio es puramente material, sensible, entonces no estamos comprendiendo completamente lo que es jugar. El mundo lúdico posee un aspecto visible, pero su fuerza interior es invisible, escapa a una consideración meramente biológica o incluso puramente cultural. Pensemos, por ejemplo, en el clásico juego de ajedrez. El mismo tablero con sus piezas y los mismos jugadores puede dar a situaciones lúdicas muy distintas. En una instancia podría ser un enfrentamiento para determinar quién es el mejor, en otra podría ser sencillamente reunirse a jugar mientras compartimos en torno a una conversación. Esta flexibilidad de lo lúdico es lo que nos debe sorprender, es ese aspecto “invisible” el que da sentido pleno al juego y lo hace tan especial. El profesor Huizinga lo sintetiza muy bien en su clásico libro dedicado a este tema:
“Pues, quiérase o no, al conocer el juego se conoce el espíritu. Porque el juego, cualquiera que sea su naturaleza, en modo alguno es materia. Ya en el mundo animal rompe las barreras de lo físicamente existente (…) Sólo la irrupción del espíritu, que cancela la determinabilidad absoluta, hace posible la existencia del juego, lo hace pensable y comprensible. La existencia del juego corrobora constantemente, y en el sentido más alto, el carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos. Los animales pueden jugar y son, por lo tanto, algo más que cosas mecánicas. Nosotros jugamos y sabemos que jugamos; somos, por tanto, algo más que meros seres de razón, puesto que el juego es irracional” (Homo ludens, p. 9).
Sorprendentemente con estas palabras, se nos invita a pensar el juego desde una dimensión más amplia, la que incluye también a los animales, y por qué no, a la naturaleza entera. ¿Cómo no maravillarnos al ver corretear sobre una pradera de primavera a corderos? ¿Cómo no alegrarnos cuando nuestra mascota, perro o gato, se entretiene con objetos inertes provocándonos una sonrisa? ¿El mero instinto? Es precisamente esa incógnita, la que nos mueve a reunirnos en torno a un juego, y que nos permite emocionarnos, ya sea riendo o incluso enojándonos por haber sido derrotados.
El juego en su sentido más propio es una invitación a entrar en ese momento donde el espacio y el tiempo son superados por la maravilla de lo inesperado, el encuentro con un ámbito donde lo urgente y lo inmediato quedan relegados. Incluso cuando jugamos a solas, por ejemplo, un puzzle de letras o un problema de ingenio, nuestro mundo interior supera a todo lo inmediato que nos rodea en ese momento. Hay una gran cercanía entre el juego y el asombro, volvemos a experimentar ser niños, sorprendiéndonos con una respuesta inesperada, con una solución no antes vista, con la dicha de un grato momento donde pudimos olvidarnos de preocupaciones. No es descabellado recordar aquí la frase evangélica: “si no volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3). No es tarde todavía para retomar algún juego de mesa o de naipes y congregarnos un momento como familia, distendernos humildemente en torno al encuentro del otro, de lo inesperado.
A modo de conclusión, invitamos a quienes no lo conozcan a probar el juego Storycubes. Un simple set de dados con diversos íconos. El objetivo: crear una historia que, comenzando siempre con el clásico “Había una vez…”, va enlazando entre sí los cubos a medida que cada jugador aporte con cada ícono una nueva parte del relato. Para los más tecnológicos, también hay una versión para celular. Sin más reglas que la propia creatividad y el azar de los dados, los niños pueden, con ayuda de los padres y familiares, incentivar el desarrollo de relatos orales, mejorar la dicción, y también aprender a narrar una historia en público.
Que la Sagrada Familia nos permita a través de los juegos familiares un auténtico momento de encuentro, donde volvamos a aprender a sorprendernos con la maravilla de ser personas: seres creados para compartir, para un otro.
+ pax et bonum
Nota: Existen hoy muy buenos juegos electrónicos que van en la misma línea de lo aquí planteado, tales como los juegos de rol y los juegos de detectives, por nombrar algunos. Hemos querido mencionar ejemplos que sean aptos para todo público, sin limitantes económicas, pues el jugar es algo universal en toda persona.