Dedicaremos la entrada de hoy a profundizar en las dos fiestas que celebra la Iglesia este viernes y sábado respectivamente: el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. El marco para comprender mejor ésto corresponde a la relación entre piedad popular y liturgia, tema que tangencialmente abordamos anteriormente.
Probablemente lo primero que se nos viene a la mente al recordar estas fiestas corresponda a algún cuadro que vimos en nuestra infancia o que conservemos en nuestros hogares. Antiguamente, en la época de nuestros abuelos, era común que muchos hogares tuvieran algún cuadro con una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Incluso en algunos diseños, aparecen Jesús junto a María Santísima. En sus diversas versiones, dichos hogares lograban hacer visible su fe en Jesucristo, y por otra parte, una devoción religiosa muy centrada en estas fechas, mediante novenas y rezos de letanías específicas. Sin duda, santa Margarita María de Alacoque, fue un acicate importante para fomentar la divulgación de esta piedad popular. Ya en el siglo XVII comenzó a tener difusión la adoración del Sagrado Corazón de Jesús por distintas diócesis en Francia. Este trabajo fue en paralelo al de otros grandes personajes, tales como San Juan Eudes, Santa Gertrudis la Grande (o de Helfta), Matilda de Magdeburg entre otros más. De hecho, fue San Juan Eudes quien celebró por primera vez la fiesta del Sagrado Corazón en 1672, un año antes de los mensajes privados de nuestro Señor a Santa Margarita sobre la importancia de esta devoción. La Iglesia sometió al debido estudio y discernimiento estos mensajes. Así, la devoción al Sagrado Corazón fue aprobada formalmente por el Papa Pío IX y declarada fiesta universal de la Iglesia en 1856. Basándose en las indicaciones dadas por Jesús a Santa Margarita la Fiesta del Sagrado Corazón quedó instituida en el calendario litúrgico de Rito Romano para el viernes después de la octava de Corpus Christi.
Paralelo a esta devoción, encontramos la correspondiente al Inmaculado Corazón de María. No es de extrañar que en el mismo siglo XVII, concretamente, en la obra del propio San Juan Eudes encontramos uno de los promotores espirituales de la adoración al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Resulta muy instructivo recordar que la piedad por María Santísima logra irradiarse de manera notable a partir de dicho siglo a través de esta advocación. Cómo no recordar aquí, por ejemplo, la persona y obra de San Luis María Grignion de Montfort, verdadero apóstol del culto mariano y promotor del Santo Rosario. Hoy, con una mirada más amplia, podemos comprender un poco más los planes de Dios, ya que la propia Virgen María fue preparando este camino de piedad y devoción tan querida por ella para estar cerca de su Hijo. Precisamente, fue la aparición de la Virgen en Fátima en el siglo XX (aprobada por la Iglesia), la que confirmó todo esto y que todavía resuena en muchos de nosotros de manera silenciosa cuando rezamos el rosario. Sor Lucía y sus primos Jacinta y Francisco fueron testigos privilegiados de la importancia de este culto. Así, el propio papa Pío XII declara oficialmente el 4 de mayo de 1944 la fiesta del Corazón Inmaculado de María. Podríamos preguntarnos en este punto lo siguiente: ¿cuánto hemos realmente comprendido este mensaje? ¿cuánto nos ha hecho crecer en nuestro amor por Jesús y María? ¿o nos hemos dejado seducir y hemos tergiversado el mensaje en una serie de teorías conspiracionistas sobre el fin del mundo?
Hoy, pese a este pasado tan solemne y a un mensaje tan urgente como importante, ambas devociones han quedado relegadas a un plano menor. Las razones son múltiples, y no es nuestro propósito el abordarlas aquí, pero probablemente nuestros ritmos de trabajo, escasez de sacerdotes y diáconos, ideologías cada más progresistas, sean parte del problema. Pero también es posible identificar otra causa, no menor, pero menos evidente: ¿es la devoción al Sagrado Corazón y al Inmaculado Corazón de María algo puramente popular?, ¿son ambas devociones propias de una manifestación cultural destinadas a ser parte de un pasado puramente histórico? Parte de la respuesta a estas interrogantes radica en comprender que las devociones han de estar siempre comprendidas a la luz de un criterio cristológico. Una piedad, por muy bien respaldada que esté en la tradición de la Iglesia, por ejemplo, el rezo del rosario, no prosperará si nosotros mismos, los fieles, no logramos encauzar dicha piedad dentro de un marco litúrgico tal cual lo ha establecido siempre el magisterio de la Iglesia a través de sus autoridades eclesiásticas. Nuestro centro está en Jesucristo mismo tal cual lo recibimos en cada Eucaristía o cuando nos unimos a las horas del Oficio Divino (oración pública de la Iglesia) u orando en su Nombre (en privado o como comunidad), cuando escuchamos su Palabra, o en cualquiera de los otros sacramentos, y por cierto en nuestra vida de fe santificándonos por Él amando al prójimo, tal cual Él nos enseñó. Esto no es un recuerdo de Él, tampoco un sentimiento personal. Eso explica por qué muchas devociones reconocidas por la misma Iglesia han caído en olvido o se han diluido en aspectos puramente culturales.
“La piedad popular tiende a identificar a una devoción con su representación iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero también puede dar lugar a ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los fieles, puede provocar un menor aprecio del objeto de la devoción, independientemente de su fundamento teológico y de su contenido histórico salvífico” (Directorio Sobre la Piedad Popular y la Liturgia, nr. 173).
Lo central aquí es comprender que las representaciones iconográficas son instrumento de piedad y no ellas el principio de nuestra vida espiritual. Conviene en este sentido profundizar el fundamento bíblico de ambas devociones que celebramos en estos días. En efecto, es en san Juan donde podemos identificar un primer punto seguro para meditar en torno al misterio del Sagrado Corazón. Jesús, al morir por nosotros y colgar del madero de la cruz es traspasado por el soldado, de donde salió sangre y agua, “porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: ‘No romperéis ni uno de sus huesos’. Y otra Escritura: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 36-37). Comprendemos que no solamente brotó sangre y agua como símbolos concretos de nuestra redención y purificación, sino que también podemos inferir que dichos elementos sagrados del Señor nacen de su propio corazón. “Mirar al que traspasaron” hace eco de Zacarías en clave profética, esto es, nosotros mismos, cristianos del siglo XXI, debemos ver con los ojos de la fe, es decir, creyendo en su Palabra, que el amor de Dios es donación completa por nuestra salvación. Así, la devoción al Sagrado Corazón es una piedad que nos instala en el misterio mismo de Cristo.
Por otra parte, la devoción al Inmaculado Corazón de María, aunque tengamos el respaldo de la misma Madre de Dios como garante según lo atestigua su aparición en Fátima, podemos encontrar en la misma Palabra de Dios su fundamento. Simeón le profetizó a María: “y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 35). ¿No estamos nuevamente aquí nosotros interpelados? ¿Dónde están nuestros corazones hoy? ¿Cómo no recordar a San Agustín? Dos amores fundaron dos ciudades: uno el amor por las cosas del Cielo y el otro amor por las cosas del mundo” (Ciudad de Dios). María Santísima es ella misma un misterio de amor, porque es el “tabernáculo del Verbo encarnado” como reza la letanía, y porque estuvo a los pies de la cruz, testimonio de amor doloroso, convertido por el mismo Jesús en amor gozoso (Asunción). Y hoy, sigue intercediendo por todos sus hijos.
La cultura de la imagen y de lo instantáneo nos desafían hoy en estos dos días de solemnidad a discernir donde está nuestro corazón. ¿Con Jesús, María y su Iglesia o en los compromisos del día a día? Que estos dos días puedan ser distintos, volviendo a tener presentes cómo el Amor mismo nos espera junto a su Madre para cambiar nuestras vidas, a meditar más con cuidado la Palabra de Dios, acercándonos si nos es posible a participar de la Santa Misa.
Que Jesús y su Madre, infundan en nuestros corazones el celo por estar más cerca de ellos y llevando a otros la Buena Nueva con humildad y alegría, meditando este misterio, donde el latir del corazón de ambos se mueve a un ritmo en perfecta sincronía de comunión. “Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús” y “¡Oh dulce Corazón de María, sed nuestra salvación!” Amén.
+ pax et bonum
Nota: Las imágenes, salvo los vitrales, corresponden a estampas antiguas que han podido ser digitalizadas, muchas de ellas ya no se imprimen.