Dedicaremos la entrada de hoy para reflexionar en torno al fenómeno de la digitalización. Esto, a propósito de la reciente publicación (28 de mayo de 2023) realizada por El Dicasterio para Comunicación en el Vaticano. El documento, titulado Hacia una plena presencia: reflexión pastoral sobre la interacción en las Redes Sociales, entrega líneas que invitan a pensar sobre el rol que tenemos los cristianos en la era actual. Concretamente se trata de lo siguiente: ¿cómo seguimos siendo hoy fieles al mandato de Jesús de predicar la Buena Nueva? Paradójicamente, hoy más que nunca antes en la historia, disponemos de una facilidad enorme para conectarnos a prácticamente cualquier lugar del mundo. Un mensaje antes tardaba meses en llegar, incluso podíamos correr el riesgo que nunca llegara a destino. Hoy, sin mucho esfuerzo podemos ver a través de nuestros celulares a una persona que está en otro país, conversar con ella, compartir nuestro entorno mediante videos, fotos, etc.
Pero, el mismo documento señalado nos invita a considerar lo siguiente: la conexión digital no garantiza necesariamente un auténtico encuentro, puesto que lo que prima en las redes sociales no es el anhelo por estar con el otro, por escucharlo, sino por imponer nuestros propios intereses. “En una época en la que estamos cada vez más divididos, en la que cada persona se retira a su propia burbuja, las redes sociales se están convirtiendo en un camino que conduce a muchos a la indiferencia, a la polarización y al extremismo” (Hacia una plena presencia, nr. 19).
En rigor esto no es ninguna novedad, pues desde hace ya varias décadas se ha reflexionado en torno al problema de la polarización e individualismo que ha generado el uso masivo de internet. Parte del origen de este problema radica en la industria, cuyos intereses principalmente económicos, ha fomentado y estandarizado el entorno digital. Podríamos precisar, se trata del sentido mercantil que muchos empresarios y economistas han dejado prevalecer antes que el bien común de una sociedad, olvidando las mismas enseñanzas contenidas en la Doctrina Social de la Iglesia.
El mismo acceso a internet, el contar con un celular, más un plan para transferencia de datos, todo ello, es ya una brecha social ineludible para muchos. Si a ello sumamos que los mismos motores de búsqueda condicionan nuestros resultados y con ello nuestros perfiles de redes sociales, los cuales se asocian mediante complejos algoritmos basados en un interés económico, entonces el resultado no es para nada soprendente. Esto lo podemos ver sintetizado en palabras del filósofo coreano Byung-Chul Han: “El regimen de la disciplina es la forma de dominación del capitalismo industrial. Este régimen adopta una forma maquinal. Todo el mundo es un engranaje dentro de la maquinaria disciplinaria del poder […] En el régimen de la disciplina, los seres humanos son entrenados para convertirse en ganado laboral” (Infocracia, 2022).
En este panorama lúgubre y para nada esperanzador, el mensaje de la Palabra de Dios vuelve a ser un oasis en el desierto. ¿Cómo evangelizar en este desierto digital, lleno de peligros y dificultades? Una posible respuesta podría ser simplemente retirarse, esto es, desconectarse completamente del uso de la tecnología. Esta solución es atractiva, pero nos hace olvidar del mandato del mismo Jesucristo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Todo el mundo incluye también las redes sociales, pues hoy es un espacio donde gran parte de nuestro tiempo lo dedicamos a interactuar digitalmente con otros.
Pero, ¿cómo hacerlo?, “la parábola del Buen Samaritano nos desafía a hacer frente a la ‘cultura del descarte’ digital, y a ayudarnos mutuamente a salir de nuestra zona de confort haciendo un esfuerzo voluntario para ir al encuentro del otro. Esto solo es posible si nos vaciamos de nosotros mismos comprendiendo que todos formamos parte de la humanidad herida y recordando que Alguien nos miró y tuvo compasión de nosotros” (Hacia una plena presencia, nr. 21).
El desafío consiste en reconocer, en primer lugar, que nuestra actividad digital, nuestro navegar por redes sociales no es algo ajeno a nuestra fe, también allí seguimos siendo cristianos. Por otra parte, el entorno que solemos frecuentar (páginas, foros, canales de videos, podcast, programas, etc.) es muchas veces acotado y reducido, es nuestra zona de confort, como dice el documento citado. Debemos atrevernos a ir más allá, a saber reconocer a nuestro prójimo. “Reconocer a nuestro prójimo digital es reconocer que la vida de toda persona nos concierne, incluso cuando su presencia (o ausencia) pasa a través de los medios digitales” (Hacia una plena presencia, nr. 43).
Lo anterior, sin embargo, podría llevarnos a pensar que se trata de un “todo o nada”, esto es, que nuestro compromiso como cristianos del siglo XXI está únicamente en la red de redes. Todo lo contrario, el desafío es buscar el equilibrio entre el mundo digital y el mundo, o en otras palabras, no olvidar que el mundo digital solamente es una parte del mundo. Tecnologías tan incipientes como el metaverso o los lentes recientemente lanzados por la empresa Apple son un desafío para nosotros, los cristianos de esta época.
Por todo lo anterior, es importante reconocer que nuestro misterio de fe, expresado y atesorado en la liturgia, sigue siendo el mismo. Resulta, en este sentido, muy esclarecedor y sugerente la reflexión que establece la Iglesia en torno a la relación entre altar y mesa familiar. “La emergencia de la cultura digital y la experiencia de la pandemia han puesto de manifiesto hasta qué punto nuestras iniciativas pastorales han prestado poca atención a la ‘Iglesia doméstica’, la Iglesia que se reúne en los hogares y en torno a la mesa. En este sentido, necesitamos redescubrir el vínculo entre la liturgia que se celebra en nuestras iglesias y la celebración del Señor con los gestos, las palabras y las oraciones en el hogar familiar” (Hacia una plena presencia, nr. 60).
Se trata de una invitación a que todos los cristianos, usuarios frecuentes de redes sociales y medios digitales, podamos, siguiendo la parábola del Buen Samaritano, evangelizar con humildad y docilidad, promoviendo un uso creativo de la tecnología, difundiendo a través de historias y testimonios de fe la universalidad de la Palabra de Dios, ya que “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hb 13, 8).
Que María Santísima, la mujer más influyente de la historia, nos ayude ser dignos evangelizadores en el mundo digital, difundiendo el único evento que ha cambiado la historia.
+ pax et bonum