Dedicaremos la entrada de hoy a reflexionar sobre la piedad popular tomando como referente el Día del Patrimonio que se conmemora este año en nuestro país los días 27 y 28 de mayo. Recordemos brevemente que esta instancia fue iniciada en Chile en 1999 y desde ese fecha ha gradualmente promovido que chilenos y también extranjeros puedan, gratuitamente, apreciar con mayor cuidado bienes y patrimonios de nuestra riqueza cultural. Esta instancia, a través de sus miles de actividades, nos permite disponer de un amplio panorama para compartir en familia y conocer nuestra herencia cultural como país.
Es propicio, dentro del marco de esta conmemoración preguntarnos por el sentido y alcance de lo que entendemos por patrimonio cultural y cómo ello incide en nuestra piedad popular aquí en Chiloé, abundante en devociones de piedad cristiana con siglos de historia.
Un posible punto de partida lo encontramos en cómo la UNESCO ha ido cambiando su concepción misma de patrimonio cultural, incorporando actualmente el aspecto inmaterial asociado a una manifestación cultural. En su página oficial declara: “El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”.
En este sentido podríamos preguntarnos si la piedad popular es parte o no de esta dimensión intangible de la cultura. Dicho en otras palabras, se trata de profundizar en torno a las siguientes interrogantes: ¿cuál es es la relación entre fe y cultura?, y, ¿son nuestras manifestaciones populares de piedades religiosa aquí en Chiloé también algo puramente cultural? Para aclarar un poco más este asunto, resulta útil recurrir a lo que la misma UNESCO declara en su documento público titulado Patrimonio: “El patrimonio cultural en su más amplio sentido es a un producto y un proceso que suministra a las sociedades un caudal de recursos que se heredan del pasado, se crean en el presente y se transmiten a las generaciones futuras para su beneficio. Es importante reconocer que abarca no sólo el patrimonio material, sino también el patrimonio natural e inmaterial. Como se señala en Nuestra diversidad creativa, esos recursos son una riqueza frágil, y como tal requieren políticas y modelos de desarrollo que preserven y respeten su diversidad y su singularidad, ya que una vez perdidos no son recuperables”. Esta declaración es muy clara y nos invita a profundizar qué entendemos por piedad popular. En rigor, en sentido amplio, la piedad popular nace del corazón mismo del hombre y es transversal a toda cultura, en cuanto manifiesta la dimensión espiritual del hombre, ese anhelo ínsito en su interior por la trascendencia. De este modo, la religiosidad popular no es sinónimo de revelación cristiana, pero aquella es el sustrato, a través del cual la Buena Nueva ha buscado incidir en la vida de fe de todos los pueblos. Pero, en el caso específico que aquí abordamos, se trata de una religiosidad popular en sentido estricto, donde las verdades de fe que dan contenido a nuestra vida cristiana sí logran expresarse a través de manifestaciones religiosas locales, como es la importante devoción a Jesús Nazareno, los tradicionales Pasacalles que le acompañan con su música en sus procesiones o las iglesias chilotas de madera, construcciones donde la fe y el arte se entretejen plasmando un testimonio vivo de la religiosidad católica en este archipiélago. Todo el conjunto de esta religiosidad no se identifica, sin duda, como un mero producto y proceso que pueda ser empleado como recurso. Tampoco es un puro hecho histórico aislado en un pasado remoto y que se recuerda para ser transmitido a las futuras generaciones. El pueblo de Dios que peregrina aquí en Chiloé, a través de su historia y costrumbres, en definitiva, con su cultura, a hecho parte de su vida asentir a la verdad de Jesucristo y su Iglesia, configurando así un contenido de identidad que trasciende a la historicidad de una memoria colectiva. La religiosidad popular de Chiloé, como en los casos antes indicados, debemos comprenderlos y valorarlos a la luz de la misma revelación de Dios. Con ello podemos entender que dicha religiosidad hunde sus raíces en la vida misma de Cristo y su Iglesia. Conviene tener presente, a modo de ejemplo, que la llegada de Jesús Nazareno a estas latitudes estuvo directamente asociada a la evangelización por parte de misioneros, concretamente por parte de Fray Hilario Martínez en el siglo XVIII. De hecho, podemos ahondar más este tema si recordamos la conexión entre la actividad misionera de religiosos en Chiloé y la fundación de Santa Rosa de Ocopa en Perú, centro de evangelización importantísimo para gran parte de Sudamerica.
Con todo, es el mismo misterio Pascual de Jesús, centro de la vida cristiana, la que está en el corazón de esta devoción. Pero lo anterior no debe llevarnos a pensar que la fe y el proceso de evangelización sean posibles de acontecer sin cultura. Todo lo contrario, hay una estrecha correlación entre fe y cultura, porque ambas tienen su manifestación en el hombre. La cultura es el ámbito donde el hombre realiza su actuar en el mundo, dotando de significado a todo lo que le rodea en su más amplio sentido. Mas, la fe al ser un asentir del hombre a la verdad revelada, que es el mismo Jesucristo, provoca una tensión entre Dios y el hombre. Pero esta paradoja explica en parte por qué hay una larga riqueza y variedad en las manifestaciones locales de las distintas iglesias a lo largo del mundo. Así, por ejemplo, los bailes nortinos que dan origen a manifestaciones religiosas como La Tirana son muy distintos a la devoción chilota al Jesús Nazareno. Es precisamente esta diversidad religiosa la que no debemos agotar en un mero patrimonio cultural según la definición de la UNESCO. La riqueza de dichas devociones y tantas otras que hay en nuestro país, está en que son fuentes de piedad popular de nuestra fe en Jesucristo, esto es, son cómo culturalmente el pueblo de Dios ha expresado su fe. Así lo declara la misma Iglesia en su documento Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, nr. 61: “La estima del Magisterio por la piedad popular viene motivada, sobre todo, por los valores que encarna. La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y un sentido perspicaz de los atributos profundos de Dios: su paternidad, providencia, presencia amorosa y constanteʼ, su misericordia. Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere y alimenta: la paciencia, ʻla resignación cristiana ante las situaciones irremediablesʼ; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y de percibir el ʻsentido de la cruz en la vida cotidianaʼ; el deseo sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad y la apertura a los otros, el “sentido de amistad, de caridad y de unión familiar”.
Podríamos reflexionar, a modo de conclusión, a la luz de lo aquí expuesto, cómo seguimos viviendo en Chiloé nuestra religiosidad popular en contraste con esta tendencia a hegemonizar toda manfiestación cultural como una colección de muestras puramente históricas y locales, una suerte de museo global de la humanidad. Lo que está en juego, en definitiva, es la espiritualidad de nosotros mismos, personas humanas, insertas en el mundo, pero con sed del Dios vivo. Las palabras de San Agustín siguen siendo vigentes de recordar aquí: “Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza. Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en tí”. No olvidemos que tras el hermoso abanico de tradiciones religiosas de piedades populares, está la fe viva de miles de chilotes y foráneos en Jesús y su Iglesia, algo que trasciende el tiempo y espacio, que supera a un organismo cultural. Rogamos a Jesucristo, único intercesor ante el Padre, proteja y guíe a la Iglesia peregrina aquí en este archipiélago, para que sepa irradiar a través de su cultura tan variada y original, la Buena Nueva de su Palabra. Jesús Nazareno, ruega por nosotros.
+ pax et bonum
Nota: Esta entrada aborda solamente un aspecto muy acotado del tema de la religiosidad popular. En rigor el tema de fondo a considerar es la relación entre piedad popular y Liturgia, donde a lo largo de los siglos la Iglesia ha debido ir aprendiendo a reconocer cómo ambas se complementan en su justa medida.